CASABLANCA

Estados Unidos

1942

Dirigida por Michael Curtiz, con Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Claude Rains, Paul Henreid

 

Es probable que la Compañía cinematográfica  Warner,  no sospechara siquiera que esta película, lejos de ser una más de su producción serial, se convertiría en una de las más bellas, recordadas y valoradas en la historia de la cinematografía mundial

Muchos conocen algo de Casablanca, la hayan visto o no. ¿Quién no conoce su final diametralmente opuesto a lo que mandan las convenciones de las películas de amor? ¿Alguien ignora la melodía de El tiempo pasará (As time goes by), ejecutada por Sam a pedido de Ilse (Ingrid Bergman) –que, dicho sea de paso, nunca pronuncia la repetida frase  "Tócala de nuevo Sam" –? ¿Existe una persona que no sepa que durante el rodaje aún no se conocía el final de la historia porque el guión se hacía sobre la marcha de la filmación con todos los escritores de la Warner aportando sus propios diálogos?

Casablanca es una película que uno puede ver dos, tres, cuatro, o diez veces, y aún sigue sorprendiendo y emocionando.  Su puesta en escena es sutil, inteligente y precisa. ¿Cómo no sentir un inmenso placer cuando el avión que parte hacia la libertad sobrevuela el café de Rick, en los primeros minutos de la película? Curtiz nos está diciendo todo. Rick (Humphrey Bogart) representa la libertad. La de todos menos la suya propia, porque como le dice su adversario en el amor de Ilse, Víctor Laszlo, "cada uno debe aceptar su destino, sea bueno o malo".

Por donde se la mire, Casablanca es admirable y Michael Curtiz pone de manifiesto su genio y su profesionalismo.  El cooperativo guión, la iluminación, el montaje, la música y hasta el vestuario están puestos (por azar o intencionadamente) a disposición de esta historia de amor, honor y lealtad. A Curtiz le alcanza con la cámara para decirnos casi todo sobre Rick. Registra su poder en esa mano que firma autorizaciones antes de mostrarnos la cara del héroe. Nos enfrenta a su soledad: el cigarrillo, ese partido de ajedrez sin contrincante, su vaso de bebida. Y luego, levanta la cámara y Rick, ese maravilloso Humphrey Bogart, aparece ante nosotros para convertirse, a la par de Curtiz, en Casablanca. Bogart demuestra con gestos inolvidables, miradas expresivas y esa entonación tan particular por la qué aún hoy es Humphrey Bogart, el único, el más varonil, el mejor.

Pese a que la historia es conocida, vale la pena revivir ese reencuentro en Casablanca. Una ciudad (del África) donde los refugiados europeos de la Segunda Guerra que huyen de los alemanes necesitan llegar para conseguir una visa que los lleve hasta Lisboa y de allí a Estados Unidos, soñado paraiso de la libertad.  En Casablanca reside Rick. Un norteamericano cínico, solitario, duro, que en el fondo, como le dice el prefecto Louis, "es un sentimental". Rick tiene un pasado dudoso y ha decidido terminar sus días en Casablanca, en su bar "Rick’s" y junto a Sam, su amigo pianista. Ya no espera nada.

Pero una noche dos hechos cambiarán el curso de  su vida: Ugarte, un hombre que vende permisos para salir de Casablanca, le pide que custodie los que robó a unos correos alemanes, a los que también asesinó. Esos documentos son el pasaporte abierto para cualquier persona del mundo y  cuestan millones. Ugarte es detenido en el propio bar de Rick por la policía que busca esos permisos robados. Ugarte pide ayuda a Rick: "No arriesgo mi cuello por nadie", le responde. Y Ugarte muere mientras intenta huir. Minutos después de este hecho, Rick se sorprenderá nuevamente. Ella está en una mesa, al lado del piano de Sam, disfrutando en silencio de aquella canción que fuera testigo del amor de ambos: "As Time Goes By".

El momento en que Ilse y Rick se reencuentran es uno de los más conmovedores del cine. Los ojos llenos de lágrimas de la hermosísima Ingrid miran con tristeza y dolor a los de Bogart, incrédulos, alegres, resentidos. Tal vez no era necesario ese flashback posterior donde conocemos el comienzo de esta desgarrada historia de amor, en la París que acababa de ser tomada por los alemanes. Las miradas y las pocas líneas de diálogo de este presente en Casablanca resultan más que suficientes.

"De todos los bares que hay en el mundo, ella tuvo que venir al mío", dice borracho Rick, cuando sólo él y Sam permanecen en el bar cerrado, a oscuras, esa misma noche del reencuentro.

Todo sucede en un par de días. Ilse no está sola en la ciudad. Acompaña a su marido checo, un importante líder de la Resistencia llamado Víctor Laszlo (Paul Henreid), quien necesita salir de Casablanca y llegar a Estados Unidos. De su partida dependen la vida y la libertad de miles de personas. Pero Laszlo está acorralado y Rick es el único que tiene los permisos que podrían salvarlo. Lo que le impide ser generoso es que continúa enamorado de la mujer de Laszlo.

En esta lucha por el amor y la libertad, Ilse le pedirá a Rick, a quien aún ama apasionadamente, que decida por todos. Y Rick lo hace en ese gesto magnánime y heroico que se resume en sus palabras: "No soy muy noble, pero veo que nuestro problema es muy pequeño en este mundo". Ella lo comprende y parte con su marido. Rick arriesgó su vida por la mujer que ama y por el hombre que admira, a los que ve partir en ese avión rumbo a Lisboa. El, como apresado en su triste destino, se queda en Casablanca. Y se va caminando con Louis, el prefecto de policía, quien le aconseja que huya por un tiempo. Rick cometió varios "delitos" para que Ilse y Laszlo escaparan de Casablanca (amenazó a Louis con una pistola para hacerlo cómplice de la partida, asesinó a un mayor alemán en el aeropuerto, se convirtió en compañero de ruta de Laszlo al contribuir a su lucha). Louis, ese militar corrupto, decide proteger a Rick, quien le dice finalmente la frase más amorosa de toda la película, mientras atraviesan la niebla de Casablanca: "este es el comienzo de una gran amistad".

Obviamente, Casablanca también es una película con alto contenido político. El contexto de la Segunda Guerra y el hecho de que la vereda de enfrente haya estado ocupada por los nazis (y no sólo en la pantalla, sino en la vida real) salva el esquema político que plantea Curtiz. Los alemanes eran los enemigos. Los italianos, chupamedias de los nazis. Los franceses, mayormente confiables. Los americanos, héroes. Estas ideas pueden verse pintadas en cada personaje en particular. En la forma en que cada uno es presentado, por lo poco o mucho que dicen y además por lo que hacen. Y esa cita a La gran ilusión es una proclama política tan heroica y emotiva como la del film citado (Jean Renoir, 1937): entonar la Marsellesa con orgullo para protestar por la soberbia nazi. En el '37, Renoir y Jean Gabin la habían esgrimido contra los germanos de la Primera Guerra. En 1942, Curtiz y Paul Henreid recuerdan ese momento mágico del cine. Y lo hacen de nuevo. Porque habían pasado los años, pero los enemigos aún no habían aprendido la lección.